Frases
“No puedo pensar en ninguna
necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un
padre”. Sigmund Freud
“El sueño del héroe, es ser
grande en todas partes y pequeño al lado de su padre" Victor Hugo
“Bendito es el hombre que oye
muchas voces tiernas llamándolo padre”. Lydia M. Child
“El niño no aprende lo que los
mayores dicen, sino lo que ellos hacen”. Baden Powell
Los traumas de la niñez dejan una marca en el ADN
3/12/2012 elpaís.com.uy
Científicos del Instituto de
Psiquiatría Max Planck en Munich, documentaron por primera vez que en
individuos con determinada predisposición genética, el trauma causa cambios de
largo plazo en el ADN que llevan a desregulaciones duraderas del sistema
hormonal. Como resultado, los afectados se encuentran menos capaces de
sobrellevar situaciones de tensión a lo largo de sus vidas. Con frecuencia,
esto conlleva depresión, trastorno de estrés postraumático, o trastornos de
ansiedad durante la adultez. Los doctores y científicos esperan que estos
descubrimientos lleven a nuevas estrategias de tratamiento, y a un aumento de
la conciencia pública sobre la importancia de proteger a los niños del trauma y
sus consecuencias. "Dependiendo de la predisposición genética, el trauma
de la niñez puede dejar marcas permanentes en el ADN. La consecuencia es una
desregulación del sistema hormonal de la víctima, que puede finalmente llevar a
enfermedades psiquiátricas", dijo una científica del instituto. Muchas
enfermedades humanas surgen de la interacción de genes individuales, e
influencias ambientales. Los eventos traumáticos, especialmente en la niñez,
constituyen factores de alto riesgo para las enfermedades psiquiátricas. De
todos modos, que las situaciones de tensión lleven a desórdenes psiquiátricos
dependen en gran medida de la predisposición genética. La tensión extrema y las altas concentraciones
de hormonas asociadas al estrés, llevan a lo que se denomina cambio
epigenético. Esto genera una alteración en el ADN que conlleva a un aumento de
la actividad de un gen específico. Este cambio duradero es generado
primariamente a través del trauma durante la niñez.
Efectos del abandono materno
http://www.cucurrucu.com/efectos-del-abandono-materno/index.html
La madre es la primera que
asegura al niño los cuidados físicos y psíquicos necesarios para su evolución
adecuada. Si las necesidades instintivas mínimas no se satisfacen el niño
empezará a vivir en un estado de carencia y frustración, que le obligará a
“buscar” defensas ante un mundo que experimenta como amenazante. Incluso por
captar de manera emocional un rechazo antes del nacimiento. El rechazo prenatal
es una fuente de actitudes de “abandono” que influirán en la personalidad del
niño. En el lactante este sentimiento de abandono puede vivirse por no ser
alimentado por la madre. Esto sucede porque el niño se separa de la madre antes
de que llegue a sentirla como algo distinto-a-sí-mismo. La percepción de la
madre como figura distinta-a-sí-mismo, ocurre entre los 4 y 8 meses, por lo que
cualquier interrupción de la relación madre hijo-antes de ese periodo, tendrá
repercusiones. Cuanto más temprano (en los primeros meses de vida) se
interrumpa esta relación, peor será. Otros estudios han relacionado la
influencia de una alimentación al pecho y una alimentación artificial con la
aparición precoz del asma y de algunos tipos de ezcemas. Otro tipo de
semicadencia puede sentirla el niño al incorporarlo precozmente a una
institución de cuidados o pedagógica. Encontrar soluciones para esto no es nada
fácil. Muchas veces se busca solución intentando compensar esta separación en
las horas de contacto. Sin embargo, la hiperprotección que muchas madres crean
al intentar compensar estas separaciones, provoca una reacción ansiosa y asume
un valor de estrés sensorial. Con la relación inadecuada en los primeros
momentos de vida del niño por no dar el amor que es necesario en ese momento,
porque la relación madre-hijo no es la adecuada nos arriesgamos a la aparición
de respuestas afectivas de tipo depresivo en el niño como fobias, obsesiones,
inhibiciones, estados maníacos, alteraciones del sueño y de la alimentación,
inestabilidad y aburrimiento.
El dolor del Rechazo
http://www.tiempodevictoria.com.ar/estudios/ayuda/11
Las relaciones conflictivas
familiares no sanadas, no sólo hieren a la persona sino a todo el grupo
familiar y más aún, serán como polo de atracción que permitirá la repetición de
conductas conflictivas con la futura pareja y con los propios hijos. El rechazo
puede ser: Manifiesto o encubierto. Algunas manifestaciones del rechazo
manifiesto son: • Expresarle abiertamente que no fue deseado; Aún decir a
veces, cuáles fueron los intentos de aborto. Por ej. Él vino “de rebote” o “por
accidente” o para reemplazar la pérdida de otro hijo. • Expresar abiertamente
que es inútil, o tonto, o que no se puede comparar con su/s otro/s hermano/s
que son buenos, brillantes, exitosos. • Decir en toda ocasión posible que
esperaban y deseaban un hijo de otro sexo. • Agresiones verbales y/o físicas
que crean temor e inseguridad. • Rechazo manifiesto por una incapacidad del
hijo. • Padres que abandonan el hogar y no tienen más contacto con el hijo. En
cuanto al rechazo encubierto como lo expresamos: es más difícil de reconocer y
enfrentar porque es más sutil, aunque igual de destructivo que el anterior.
Algunas de sus manifestaciones: • Padres ausentes por actividades de interés
personal. Influencia de la problemática actual de muchas horas de trabajo donde
la ausencia es sentida como abandono y rechazo por parte del niño. •
Sobreprotección. Actitud de los padres ante una discapacidad ya sea física o
mental. Lo incapacita para enfrentar las exigencias de una vida adulta. Hacen
todo por los hijos, confirmando así que el hijo es un inútil, incapaz. Problema
del hijo único donde todos los afectos (amor, odio, exigencia, etc. etc.) son
colocados sobre él. • El recibir amor está condicionado con lo que se hace u
obtiene, no es amado por sí mismo, por lo que él es. Ante determinadas situaciones
se “quita” el amor, la aceptación. • Padres sobreexigentes, rígidos, con
disciplina muy estricta que el pequeño no entiende pues puede exceder a su
capacidad de comprensión. • Padres muy permisivos, incapaces de poner límites
adecuados lo que crea inseguridad. • Muerte de uno o ambos padres.
Consecuencias del rechazo
http://www.tiempodevictoria.com.ar/estudios/ayuda/11
Algunas de las consecuencias del
rechazo vivido son: • Pobre concepto sobre sí mismo – Autodesvalorización –
Sensación de incapacidad. • Sentir odio, desprecio por sí mismo, por su cuerpo,
por lo que es. • Desconfianza
generalizada: si los papás lo rechazan, los demás también lo harán.
• Celos – Dudas – Culpa. •
Timidez – Introversión – Tolerancia extrema con tal de sentirse aceptado. No
sabe cómo decir “no”. • Extrema dependencia de otros, por ej. del novio/a.
Posesivo de los demás. • Extrema sensibilidad para captar palabras o actitudes
como agresiones hacia él. • Sensación de ser indigno de recibir, de lograr
cosas. • A veces extroversión, intento de ser centro de cualquier manera ->
ser importante. • Estados depresivos más o menos graves. • Fantasías y/o deseos
de muerte y/o de suicidio • Dificultad para expresar sentimientos. A veces
aislamiento emocional. • La seguridad interna del rechazo hace que actúe de tal
manera que provoca esa reacción, lo que a su vez le confirma que no es
aceptado. • Fracaso en lograr metas. Ej. Son eternos estudiantes. • Rebeldía
-> delincuencia.• Dificultades en la identidad sexual -> fantasías,
vivencias o relaciones homosexuales. • Problemas escolares. Problemas de
aprendizaje. • Promiscuidad sexual. • Pueden ser aduladores o realizar críticas
crueles que hieren a los demás. Rápido en condenar a otros. • Rencorosos, con
gran dificultad para perdonar.• Dificultad para compartir, para ayudar o pedir
ayuda. Les cuesta dar pero también recibir. • Obstinación: defienden una
postura “a muerte”. • Perfeccionistas: detallistas, legalistas -> puede
unirse a hipocresía • Irresponsabilidad. • Profundas vivencias de soledad,
desamparo, desprotección.
Convertirnos en padres y madres de nuestros hijos
Extraido de “La sociedad de los
hijos huerfanos” Por Sergio Sinay
Crear una vida, traerla al mundo
es acaso el acto humano que requiere un más consciente, maduro y acabado
ejercicio de la responsabilidad. Si responsabilidad es la facultad de responder
(de cuerpo presente, con actitudes y acciones) ante las consecuencias de los
propios actos, decisiones y elecciones, no puede
estar más claro hasta qué punto esto es crucial cuando el fruto de ese acto, de
esa elección y de esa decisión es un hijo. Todos los hijos son elegidos.
Algunos desde el amor y la responsabilidad consciente. Otros desde el descuido,
desde la desidia, desde la manipulación, desde el egoísmo o desde la más
absoluta negligencia. No hay forma de no elegir, ni en éste ni en cualquier
aspecto de la vida. Sólo los animales ignoran el sentido de sus actos. Estamos
afortunadamente atrapados en las redes de la consciencia y, aunque apaguemos su
luz, nunca podremos eliminar lo que ésta ilumina cuando se enciende. Somos
libres porque elegimos, y elegimos aunque nos neguemos a aceptarlo y prefiramos
transferir la responsabilidad. Sin embargo, la responsabilidad es siempre
intransferible. Los hijos no vienen a este mundo a satisfacer a los padres, ni
a cumplir deseos frustrados o postergados de éstos, ni a ser aplicados actores
de guiones ajenos, ni a llenar vacíos existenciales de papá o mamá, ni a ser
compañeros de padres solitarios, ni a convertirse en instrumentos funcionales
de competencias o rivalidades que sus progenitores dirimen con quien fuere que
lo hicieren, ni a ser compañeros de aventuras de sus papás y mamás, ni a dar
lustre a un apellido o continuidad a una costumbre familiar. Los hijos vienen a
cumplir un propósito único e intransferible, a desarrollar una vida propia, a
convertir en actos las potencialidades que se encierran en su ser. Se dice que
en la semilla está el árbol y que esa semilla sólo necesita un suelo fértil,
riego y paciencia. En ella está todo lo que el árbol será. Los árboles que son
los hijos necesitan no ser desvirtuados, ser atendidos, necesitan tutoría para
crecer. Ni ser dejados al azar para que los destruya la primera tormenta, ni
ser podados al punto de que la poda sea una mutilación. Somos los arcos para
que nuestros hijos, flechas vivientes se lacen al espacio. Ser un arco es mantenerse firme. Sólo así la tensión del lanzamiento
será la conveniente. Ser padres significa trabajar de padres. De lo contrario
somos meros reproductores, condición que compartimos con conejos, o con
cualquier ser viviente. No se trata sólo de inseminar, gestar y parir. Eso es
lo más sencillo y lo que incita a la confusión. Creemos que lo “normal” y
“natural” es ser padres. Es erróneo. Ser padres es, en cambio, convertirse en
educadores, rectores, referentes, acompañantes, sostenedores, limitadores,
legisladores. Sólo asumir con responsabilidad y consciencia la función parental
puede hacer que los vínculos paternal y filial se transformen en relaciones de
amor, de verdadero amor. Cuando los padres se sirven de un hijo ya sea a través
de la manipulación, de la indiferencia, de la ausencia, de la adulación o del
miedo, poco harán para construir el puente del amor y aunque los preceptos manden
a ese hijo a respetar a sus padres, jamás podrán obligarlo a amarlos. Si no se
acercan a su hijo para conocerlo de verdad, para tomar consciencia plena de su
individualidad, para asistir de manera activa, protagónica, y al mismo tiempo
objetiva, al desarrollo y la consagración de esa individualidad, poco habrán
trabajado los padres para amar de veras a su hijo, para hacer del amor algo más
que una declaración formal, confusa y obligada. Dos grandes interrogantes se
presentan de una manera u otra a todos los padres: ¿Qué clase de ser humano
quiero que sea mi hijo? y ¿Qué es lo que puedo hacer para lograrlo? Sus
respuestas, como padres, significan la base de su diseño, su proyecto para
hacer seres humanos…humanos. Todos los padres tienen respuestas a estas
preguntas, ya sean claras, indefinidas o dudosas, pero las tienen”. Muchos padres y muchas madres dudan, temen, se ven rodeados de
interrogantes que acaso jamás tendrán respuestas, pero lo hacen. Algunos de
esos padres viven bajo el mismo techo, son la misma pareja que inició el viaje.
Otros se han separado y aún así están presentes porque han entendido que las
parejas se divorcian pero los padres jamás se separan de sus hijos cuando son
conscientes de su función. Separados o juntos no es la cuestión y no puede ser
una excusa. Se trata de estar con los hijos que se eligió traer a la vida. Y se
trata de ayudarles a ser individuos plenos. El mayor logro de la maternidad y
de la paternidad, la certificación indudable de que la misión ha sido bien
cumplida consiste en dejar de ser necesitados por nuestros hijos, en que,
habiendo alcanzado el desarrollo de sus propias condiciones e instrumentos,
ellos vengan a nosotros por amor, simplemente para compartir y celebrar el
encuentro, y no por necesidad, por incapacidad, por confusión emocional
respecto del vínculo que nos une. Para alcanzar este logro antes debemos estar
muy cerca, muy presentes, muy activos, muy decisivos. La suavidad y la firmeza
sólo funcionan junto al compromiso. Cuando nos hacemos padres y madres, una
nueva vida comienza para nosotros. El resto de nuestra vida. Tendremos todo ese
tramo por delante para ejercer el compromiso y la responsabilidad, para darles
forma y para construir el amor. Habrá idas y vueltas, habrá luz y penumbras,
habrá errores y aciertos. Lo que no puede haber, definitivamente, es deserción,
abdicación y ausencia. Cuando esto ocurre nos convertimos en gestores,
encubridores y cómplices de un modelo social abyecto, obscenamente
materialista, centrado en el egoísmo y en el beneficio a cualquier costo, vacío
de sentido. Un modelo social que hoy se alimenta de una manera perversa de
nuestros hijos. Esa es la sociedad de los hijos huérfanos. esos hijos viven la
peor de las orfandades. Aquella en la cual sus padres están vivos. Padres vivos
e hijos huérfanos es la peor ecuación imaginable. De nadie más que de nosotros,
los adultos, los padres, depende cambiar este modelo para hacer de la relación
entre padres e hijos, entre adultos y jóvenes, algo más que un accidente
biológico. De nosotros depende, sin demoras y sin excusas, transformarla en una
construcción de amor, de respeto y de sentido.